El Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) es el primer megaacuerdo comercial del siglo XXI, cuyo propósito es crear un área de libre comercio de bienes, servicios, inversiones, movilidad de personas, etc., pero también servir de base para la futura creación del Área de Libre Comercio del Asia-Pacífico. Con este acuerdo, se crearía entonces el bloque comercial más grande a escala global, con 818 millones de consumidores, 40% del PBI mundial, 25% de las exportaciones y 27% de las importaciones globales.
Sin embargo, más allá de los claros beneficios que este acuerdo representa y el impulso dado al mismo por Estados Unidos de América, hace un par de días, el presidente electo de EE.UU., Donald Trump —cumpliendo con su promesa electoral—, ha anunciado que en su primer día de gobierno (20 de enero) iniciará el retiro del TPP. En realidad, técnicamente, basta con que el Congreso no lo apruebe para que dicho país no quede obligado por el referido instrumento internacional; pero sin duda, de cara a sus electores, tiene mayor impacto el señalamiento del “retiro”.
La decisión ha generado gran desconcierto y preocupación. Y no es para menos, pues abre diversas y complejas interrogantes. La primera es si habrá acuerdo entre los once miembros restantes del TPP respecto a cuál debe ser el futuro de este tratado. Por lo pronto, se aprecian reacciones y posiciones antagónicas; desde Vietnam, Canadá o Japón, que han señalado que sin EE.UU. el acuerdo no tiene sentido, pues la salida rompe el equilibrio estratégico alcanzado entre los negociadores, hasta el Perú, Chile, México y Australia, que más bien abogan por el mantenimiento del acuerdo, mientras Singapur propone reformas.
La segunda, que parte de superar el anterior escollo, es en qué términos modificar el acuerdo para que pueda entrar en vigencia para los demás integrantes, si tenemos en cuenta que el texto actual condiciona la entrada en vigor del TPP a que los países que hayan cumplido con la aprobación congresal del instrumento representen no menos del 85% del PBI del bloque, lo que es imposible sin la presencia de la superpotencia, que posee la tercera parte de este.
La tercera interrogante es si las economías que habían mostrado interés por sumarse al TPP seguirán manteniendo esta intención. Nos referimos a Corea del Sur, Filipinas, Indonesia, Tailandia y Taipéi (miembros de APEC), así como Colombia y Costa Rica.
La cuarta, de mayor profundidad, es qué implicancias tendrá la salida de EE.UU. en lo que concierne a su política exterior hacia China. Como se sabe, ambos países se encuentran en un proceso de clara competencia económica y geopolítica, y el TPP forma parte esencial de ese juego (pivote hacia el Asia), en el cual Estados Unidos excluyó abiertamente a China, y promovió la consagración de nuevas reglas para un libre comercio que limitara el desarrollo y las acciones de las empresas estatales, elevara el nivel de las normas laborales, facilitara el libre flujo de información, protegiera el medio ambiente y defendiera los derechos de propiedad intelectual, creando así dificultades para que el gigante asiático pudiera participar en este nuevo esquema comercial. Por tanto, este abandono de EE.UU. del TPP también genera interrogantes sobre el terreno en que a partir de ahora se producirá la contención a China. Incluso, de esto también surge otra interrogante, y es qué papel jugará ahora la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), que China presentó como alternativa al TPP.
Finalmente, la quinta gran interrogante, que es la más inquietante, es si el retiro del TPP es solo el primer paso de una sucesión de decisiones proteccionistas de parte de la superpotencia y si ello conducirá a una reversión del modelo imperante en el mundo.
Difíciles los momentos que se avecinan, pues implican variables aún desconocidas e incluso oportunidades que deberán ser inteligentemente manejadas por los formuladores de nuestra política exterior.