Hay hombres que nacieron para los negocios, empresarios exitosos que lo logran todo con su empuje y ambición, ponen el mundo a sus pies y cuando están lo más alto posible, se sientan en su sillón y se regocijan al ver todo lo que han logrado.
Hay hombres que nacieron para ser esclavos de un horario, despertar cansados a las seis de la mañana para no llegar tarde a sus labores, obedecer a un jefe y ser felices al llegar a casa con su familia.
Hay hombres que han nacido para vivir en la desgracia, con algún vicio que aqueje sus vidas, que los hace esclavos de un mundo en ocasiones sórdido, en ocasiones incomprendido, en ocasiones feliz.
Hay hombres más allá de las tres clases de hombres que se han descrito, hombres soñadores, hombres que escriben un poema y son felices, hombres que componen una canción y son felices, hombres que tienen todos los defectos y virtudes descritas anteriormente, pero alcanzan la felicidad con tan solo escuchar un te amo, quizás con un beso de su tierna hija, o simplemente con el amanecer de cada día.
Hay hombres que entregan su vida alo espiritual, a la meditación a la disciplina física y mental.
Pero todos los hombres con nuestras diferencias, defectos y virtudes, tenemos algo en común y es que cuando la muerte toca a nuestra puerta nos sentimos tan insignificantes y siempre encontramos algo que quisieramos haber hecho y por falta de valor, ganas o tiempo no lo hicimos, ese momento dariamos todo lo que tenemos por una oportunidad más.
Si es cierto hay hombres.