“Nadie aplauda, pásala”. Era la frase que cocinaban un par de compañeros a un extremo del auditorio y que pretendían que llegara a los oídos de toda la promoción. La circunstancia que ameritaba dicha súplica, pícara e insolente, era el discurso que daba el director del colegio todos los viernes. El objeto era humillar con silencio al que hablaba y, al mismo tiempo, refugiarnos en la protección que nuestros números nos daban. “Tranquilo, no pueden castigar a toda la promoción”.
Cuando terminaba la presentación y tocaba aplaudir, algunos lo hacían –prefiriendo el escarnio de sus pares al castigo de los profesores–, otros escrutaban los alrededores para ver quiénes hacían caso a la travesura y, al ver que sus amigos lo hacían, también se abstenían; otros, normalmente los que habían iniciado la broma, aguantaban la risa con las caras coloradas y veían su plan desenvolverse.
El gesto era claro y todos sabíamos lo que pretendíamos con nuestro silencio. Estábamos, sin duda, faltándole el respeto al director, humillándolo frente a las otras promociones que sí aplaudían. Y nosotros felices, envalentonados cobardemente porque éramos más. Él y sus adláteres (los maestros), estimo que bordeaban solo los 50.
Esta situación se me vino a la mente cuando supe de la actitud que tomaron los fujimoristas ante el discurso de Pedro Pablo Kuczynski en la toma de mando. Si se pone a pensar los eventos tienen más similitudes que diferencias. Amparados en sus números, pues 73 congresistas no es poca cosa, buscaron humillar con silencio al Presidente de la República ¿Por qué? Más que por una travesura, en este caso hablamos de un berrinche, uno que se ha sostenido desde que, democráticamente, la ciudadanía privó a Keiko Fujimori del premio mayor.
Lo que en nuestro caso era un gesto de rebeldía infantil, es en el caso de Fuerza Popular una muestra de absoluta falta de voluntad y fibra democrática. Sí, el aplauso per se no significa nada, pero en esta tesitura representa un saludo democrático a quien liderará el país por cinco años, es una muestra de respeto, no a Kuczynski, sino a la institución que ahora representa.
Para nosotros el director era un enemigo digno de ridiculizar, para los fujimoristas, la situación parece ser la misma.
Así, resulta un tanto irónico cuando Daniel Salaverry – el vocero alterno de Fuerza Popular que parece creer que su puesto implica no dejar de hablar– acusa a PPK de ridiculizar la investidura presidencial por usar un pañuelo en la cabeza durante la parada militar (asumo que lo hizo para protegerse del sol) ¿No ridiculizan más la investidura aquellos que no se dignan a mostrarle respeto con un simple aplauso? ¿No la denigran más aquellos que parecen querer socavarla desde el parlamento?
Es momento que los fujimoristas se den cuenta de que ya terminó la contienda, es hora de que acepten la derrota y empiecen a trabajar y a, sobre todo, dejar trabajar. La ciudadanía ha elegido a Pedro Pablo Kuczynski como Presidente y al mismo tiempo ha elegido su proyecto político para que sea llevado a cabo en el Perú. Los número que tiene Fuerza Popular en el parlamento no los hacen, de facto, dueños y amos del Poder Legislativo, los hacen representantes de un grupo importante de la población y como tales, tienen que tener en mente el beneficio de estos y no, a costa de ellos, hacerse de una vendetta política. ¡Déjese de niñerías, señor fujimorista!