SOLDADO EN LA GUERRA CON CHILE ACOMPAÑADO DE SU RABONA.
Fuente: https//www.faceboock.com-mi-antiguo-peru-tv-110660027408441
¿Qué es una Rabona y quienes eran ?
Las rabonas eran aquellas mujeres indígenas, compañeras de los soldados reclutados para formar los batallones. Eran llamadas así, uno porque seguían a las tropas y se colocaban en la cola de las columnas; o dos porque durante la Guerra de la Independencia para ingresar en el servicio era obligatorio cortarse el pelo, al igual que a las mulas se les cortaba el rabo por el miedo a las alimañas.
La existencia de las rabonas viene desde los improvisados ejércitos que se crearon durante las guerras independentistas y de aquellos que se formaron bajo el mando de los caudillos militares que se disputaron el poder inmediatamente posterior a la declaración de la independencia, hasta la Guerra del Pacifico.
Flora Tristán, testigo del primer momento (en la independencia), relata en su obra Las Peregrinaciones de una Paria sobre las rabonas: “Estas forman una tropa considerable y preceden al ejército por un espacio de 4 o 5 horas para tener tiempo de conseguir víveres, cocinarlos y preparar todo el albergue que iban a ocupar… atraviesan los ríos a nado llevando uno y a veces dos hijos sobre sus espaldas… proveen a las necesidades del soldado, lavan y componen sus vestidos” “Cuando se piensa en que, además de llevar esta vida de penuria y peligros cumplen los deberes de la maternidad, se admira uno de lo que puedan resistir”.
Otro autor, referente al segundo momento en la guerra escribió: “desde entonces la compañera del soldado tiene que multiplicar sus labores: guisa, barre, cose, plancha, limpia las armas de su “cholo”, recoge sus haberes, asiste a sus ejercicios y cuando hay orden de emprender una marcha, carga con toda aquel ajuar formando el equipo que se echa a la espalda”
Cuando el ejército peruano decidían acampar, las rabonas se encargaban de conseguir toda la comida posible para poder abastecer al ejército peruano, muchas veces le cerraban las puertas, no porque los pueblos estaban en contra del país, sino que cuando estas rabonas buscaban comida se convertían en verdaderas plagas que arranchaban todo lo que encontraban al paso. Primero, cuentan, que pedían a las buenas pero si la petición era negada o insatisfecha, entonces procedían a las malas y arranchaban todo a su alcance.
Al poseer ya los alimentos, ahora iban en busca del combustible, ello podría ser las leñas y si no lo conseguían, entonces, recolectaban chamiza, forma de leñas pero pequeñas, o pasto seco o hasta estiércol de camélidos. Por último las rabonas debían de aportar agua de algún manantial, puquio o rio, para lo cual llevaban porongos.
Pero la labor de estas rabonas no queda allí, a pesar de las condiciones de vida que llevaban, del peligro en el cual se encontraban, también se hicieron presentes en el mismo campo de batalla, sea para recargar los fusiles de sus compañeros, prestando servicios de enfermería o enterrando a sus muertos.
También cumplieron el papel de espías, Doña Antonia de Cáceres cuenta que “una indiecita frutera, fingiendo no saber hablar castellano, se había infiltrado en el campo chileno y había escuchado un complot para asesinar al Mariscal Cáceres y gracias a esta información el Mariscal pudo salvar su vida”
Por todo lo mencionado, no debería de sorprender aquellos actos heroicos de algunas de ellas como el de Dolores, heroína anónima de la Batalla de San Francisco, nunca se llegó a saber su verdadero nombre y se la denomino así por el cerro en que se produjo su primera hazaña. Esta mujer, cuentan, que era la esposa de un sargento que dirigía la lucha; al caer herido mortalmente, ella tomó el mando y luciendo por su osadía ayudó a desalojar a los enemigos, peleando cuerpo a cuerpo junto a los soldados.
Posteriormente se trasladaron a Tarapacá donde vuelve a tomar parte activa en el combate hasta lograr la victoria, lamentablemente fue herida en un brazo y murió antes de llegar a Arica.
Doña Antonia Moreno de Cáceres, llamada cariñosamente como Mamay Grande, otra rabona destacable, se encargó de la organización del Comité de Resistencia de Lima; este comité desempeñaba diversas actividades como, por ejemplo, la organización de un arsenal de armas clandestinas en el Teatro Politeama, envíos secretos de víveres, armas, medicinas y oficiales. Siendo esposa del Mariscal Cáceres tuvo la labor de ser intermediaria diplomática entre él y otros jefes militares con los cuales discrepaba políticamente.
Otra, un poco más conocida, es María Olinda Reyes, rabona pierolista, conocida como “Martha la cantinera” llegando incluso a ascender al grado de capitana por sus grandes logros en el campo de batalla; participando en la resistencia nacional contra la ocupación chilena en chincha (Ica) y durante la guerra civil entre Cáceres y Piérola en 1895.
Sin embargo, a pesar de los actos de heroísmos de estas mujeres y de realizar tareas en las peores condiciones posibles, muchas de ellas sufrieron maltratos por parte de sus esposos, a tal punto llegaban su violencia que, por ejemplo, se narra una escena en el cual el Mariscal Sucre defendió a una rabona que había sido maltratada por su marido y castigó con un mes de prisión al que le pegó y le dijo: “a la mujer no se pega ni con una flor”.
Lamentablemente se sabe que las rabonas aceptaban este tipo de maltrato como parte de su relación íntima de pareja, resaltando así el rudo patriarcalismo andino.
Realidad que aún podemos notar en algunas de nuestras mujeres peruanas, lamentablemente.
En conclusión, la participación de estas rabonas en la guerra fue decisivo y esencial para nuestros soldados; sin ellas, no hubieran tenido las fuerzas necesarias para dar frente al enemigo. Incluso los propios soldados lo aseveraron al realizar protestas cuando los mandos oficiales pretendieron eliminarlas, debido a que ellos no confiaban que la administración militar fuera capaz de suplantar los servicios de nuestras grandes rabonas. Aquellas que simplemente quedaron en el olvido.
La presencia de estas mujeres y su apoyo antes, durante y después de todo combate o guerra era imprescindible para el ejército peruano. Estas mujeres valientes, osadas y corajudas demostraron gran valor patriótico; que antes de aceptar cualquier retirada decían: yo muero matando".