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LIMA, LIMA, Peru
Experiencia Profesional 30 Años al servicio del Magisterio Peruano, Trabajo actualmente en la I.E. Nº 6065 Perú-Inglaterra Villa El Salvador - LIMA, Bachiller en Administración de Empresas Escuela Tecnológica de Administración - ETA, Licenciado en Educación Universidad "José F. Sánchez Carrión" HUACHO - LIMA, DIPLOMADO EN GESTIÓN EDUCATIVA UNIVERSIDAD ALAS PERUANAS - UAP, ESTUDIOS CONCLUIDOS DE MAESTRIA EN GESTIÓN EDUCATIVA UNIVERSIDAD CÉSAR VALLEJO - UCV

martes, 23 de mayo de 2017

Como en el caso de la amenaza de hacer una cuestión de confianza si se le censuraba a un anterior ministro, el gobierno ha acabado por bajar la cabeza y abdicar de su autoridad en lo técnico y en lo político: un acto que constituye una nueva decepción en lo que concierne al presente y un muy mal augurio para los cuatro años de poder que le quedan por delante.


El despeñadero de Chinchero

Con su último retroceso, el gobierno vuelve a decir que carece de autoridad en lo técnico
y lo político.

EDITORIAL

Editorial El Comercio
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Ayer, Martin Vizcarra renunció a su cargo de ministro de Transportes y Comunicaciones minutos antes que la Contraloría presente su informe respecto al Aeropuerto de Chinchero, quedando solamente como primer vicepresidente de la República. (Foto: Alessandro Currarino/El Comercio)
El proceso que se inició con el anuncio de una adenda al contrato para la construcción del aeropuerto de Chinchero y culminó con la reciente noticia de que tanto el contrato como la adenda serán “dejados sin efecto” por el Estado ha sido como contemplar una loca carrera del gobierno hacia el despeñadero, pero en cámara lenta. Porque a cada marcha y contramarcha del Ejecutivo sobre el nuevo arreglo contractual, venían a la mente las ocasiones en que, con solo diez meses en el poder, los máximos representantes de esta administración han dicho y se han desdicho ya respecto de tantas materias. Y el temor de que esta vez no estuviésemos ante una excepción, era permanente.

En honor a la verdad, desde el principio fue posible detectar, por lo menos en el propio ministro de Transportes y Comunicaciones, Martín Vizcarra, dudas sobre la idoneidad de la adenda. No parece casual, en efecto, que fuera partidario de paralizar la firma del documento ante la sola ‘exhortación’ de una comisión del Congreso para que lo hiciera, ni que finalmente la encargada de firmarlo fuese una de sus viceministras, o que algún tiempo después les dijera a los cusqueños (a propósito del contrato con adenda ya firmada): “Si ustedes me dicen que lo anulemos, lo hacemos”.
La determinación del presidente Kuczynski, sin embargo, era absoluta. O al menos, así lo parecía. Dos días después de la paralización de la firma a la que aludíamos, él apareció en un mensaje televisado a explicar, con pizarra y plumón en la mano, la posición del Ejecutivo y afirmó que, si bien en el contrato original “no se había dado de manera correcta la cooperación entre el público y el privado”, ahora se había encontrado una solución. “Aquí se ha saneado el proyecto y por eso queremos ir adelante y no dejarnos intimidar”, sentenció. Y en un gobierno cuya ventaja comparativa radicaba supuestamente en su consistencia técnica, aquello sonaba definitivo.
Las objeciones provenientes de la oposición y la contraloría, no obstante, surgieron, y hasta se convocó al ministro Vizcarra a una interpelación parlamentaria que finalmente no se produjo, como efecto de un tácito acuerdo político para dejarlo atender con tranquilidad la emergencia de El Niño costero. Pero, como era previsible, la iniciativa fue retomada no bien superado el momento más duro de la crisis.

Y así, de pronto, tras una sesión en el pleno en la que no se aportó ningún argumento nuevo y una posterior reunión con representantes de la contraloría, el titular de Transportes aparece ante la prensa para declarar que, a pesar de la adenda, el contrato con Kuntur Wasi será “dejado sin efecto” porque “no ha generado el respaldo ni de los grupos políticos ni de la propia contraloría”. Y unas horas más tarde, renuncia…

¿Pero es que acaso no estaba el Ejecutivo convencido de sus argumentos técnicos para insistir en su versión modificada del proyecto? ¿Se supone que su tarea de sacar adelante decisiones que le competen solo a él estará siempre en ascuas cuando no tiene el respaldo de otros grupos políticos o la contraloría (que no es una entidad a la que le corresponda expresar apoyos espirituales a iniciativas del gobierno, sino evaluar los riesgos para el gasto público que entrañan)? ¿Cuál es el mensaje de esta administración a los sectores más hostiles de la oposición que, al parecer, se complacen en verlo retroceder y sacrificar a sus piezas más emblemáticas ante cualquier asomo de tormenta política? Finalmente, ¿cuál es la imagen que esta actitud vacilante del gobierno transmite a quienes quieren invertir en el país?

Como en el caso de la amenaza de hacer una cuestión de confianza si se le censuraba a un anterior ministro, el gobierno ha acabado por bajar la cabeza y abdicar de su autoridad en lo técnico y en lo político: un acto que constituye una nueva decepción en lo que concierne al presente y un muy mal augurio para los cuatro años de poder que le quedan por delante.

sábado, 20 de mayo de 2017

Pero una de las cosas que más llamó la atención fue el nulo o poco interés de los interpeladores. Un gran número de curules vacías –principalmente en la bancada mayoritaria de Fuerza Popular– describía el escenario en el que se desenvolvía Vizcarra, y la distracción de los congresistas presentes tuvo que motivar el llamado de atención del parlamentario Richard Acuña, quien presidía la sesión en ese momento.

Editorial: Ahorremos luz

El desempeño parlamentario en la sesión de interpelación al ministro Vizcarra lleva a cuestionar para qué se realizó.

EDITORIAL

Editorial El Comercio


La interpelación al ministro de Transportes y Comunicaciones, Martín Vizcarra, llevada a cabo el jueves en el Congreso se extendió por más de nueve horas (Foto: Andina).

Antes del pleno parlamentario del último jueves, anticipábamos en esta misma página que la interpelación que se llevaría a cabo al ministro de Transportes y Comunicaciones, Martín Vizcarra, constituía el ejercicio de una potestad de la representación nacional y también una manifestación habitual de los contrapesos que suelen haber entre los poderes Legislativo y Ejecutivo.


Advertíamos, asimismo, que más allá de los intercambios políticos esperables en un lance de esta naturaleza, sería el contenido de las preguntas, observaciones y críticas que realizaran los congresistas lo que permitiría a la ciudadanía sacar conclusiones relevantes sobre la materia de interpelación: el contrato para la construcción del aeropuerto de Chinchero, su adenda, y la gestión del ministro Vizcarra en general… y también sobre la responsabilidad con la que los legisladores estaban asumiendo su rol de control político.



Pues bien, lo acontecido en el Congreso reveló más sobre los parlamentarios que sobre el ministro interpelado.


En un lapso aproximado de tres horas, el también vicepresidente de la República expuso las respuestas a las 83 interrogantes que constaban en el pliego interpelatorio. Pero una de las cosas que más llamó la atención fue el nulo o poco interés de los interpeladores. Un gran número de curules vacías –principalmente en la bancada mayoritaria de Fuerza Popular– describía el escenario en el que se desenvolvía Vizcarra, y la distracción de los congresistas presentes tuvo que motivar el llamado de atención del parlamentario Richard Acuña, quien presidía la sesión en ese momento.

Cuando tocó el turno de los congresistas, quedó ratificado que las respuestas previas de Vizcarra no importaban. La mayoría de las intervenciones de los congresistas consistieron en generalidades, acusaciones de corrupción sin sustento, y grandilocuencias como “queremos Chinchero, sí, pero sin choreo […] Y acá ha habido choreo, es evidente” (Víctor Andrés García Belaunde de Acción Popular) y “no le llame errores de diseño a los lobbies que manejan este gobierno y a las corruptelas del gobierno anterior y de Pro Inversión” (Marco Arana del Frente Amplio), entre otras.


Otros legisladores como César Vásquez (Alianza por el Progreso), Américo Ochoa, Manuel Dammert (Frente Amplio) y el propio García Belaunde “aprovecharon” la oportunidad para intercambiar acusaciones sobre supuestos intereses ocultos detrás del respaldo y la oposición a la construcción del aeropuerto de Chinchero. Las tesis conspirativas (y contraconspirativas) llegaron a incluir a una aerolínea, al ex presidente chileno Sebastián Piñera y hasta un matrimonio, para estupor de quienes inocentemente sintonizaron el canal del Congreso pensando encontrar una evaluación de la gestión de un ministro.



La bancada fujimorista, por su parte, se entretuvo acusando nuevamente al gobierno de tener troles contratados que se dedicaban a insultarlos en las redes (Lourdes Alcorta y Luis Galarreta), y en pedir renuncias al Consejo de Ministros. “Antes de que se someta a la censura, creo que lo mejor que puede hacer [el ministro Vizcarra], para bien suyo y de su familia, es que presente su renuncia”, sentenció Daniel Salaverry; mientras que Héctor Becerril fustigó: “Y mientras los caviares y los troles insultan y distraen al país, el premier [Zavala] sigue haciendo sus lobbies económicos […] Yo le quiero decir al premier que si quiere seguir haciendo lobbies que renuncie al premierato”.

Quizás nada ejemplifique mejor lo ocurrido en el pleno que el comunicado de prensa de la Oficina del Congreso, cuyo título rezaba: “Vizcarra no convence a bancadas en interpelación”. Un comunicado que, más allá de su escasa preocupación por la neutralidad informativa, no llamaría tanto la atención si no fuera porque se envió antes siquiera de que terminara la sesión de interpelación.


Según han anunciado varias bancadas, se esperará al informe de la contraloría del próximo lunes para tomar una decisión sobre una eventual censura al ministro Vizcarra. Lo cual lleva a preguntarnos si no hubiera sido apropiado esperar dicho dictamen antes de llevar a cabo la interpelación. 



Pero a la luz de lo visto el último jueves, parece que el fondo del asunto es lo de menos y, entonces, quizás sea mejor ahorrarle a la ciudadanía pliegos interpelatorios y sesiones que ni a los propios congresistas les interesa.